5. Recuerdos de antaño en la aldea de Maudez3. El molinillo y el molinero

4. Un perro con una larga cola merodea alrededor de Plouaret

4. Un perro con una larga cola merodea alrededor de Plouaret

Contó Juan Le Quéré: Un domingo, después de vísperas, acompañé al hijo de Iouenn Ar Floc’h hasta Keriavily donde iba a cortejar a su pretendida. Nos alargamos un poco jugando al dominó, hasta a la hora de la cena, y la familia nos invitó a compartir su cena, que consistía en patatas cocidas con queso fresco. Aceptamos, sin miramientos, y nos pusimos a jugar otra vez al dominó y cuando nos fuimos era casi medianoche. Para volver a casa teníamos que pasar por Vieux-Marché y después por la aldea de Roz-an-C’hlan para finalmente llegar al molino de Guernanham donde vivíamos. Mientras bajábamos hacia Goascadou, un poco antes de llegar a Goas-an-Flour, oímos sonidos de pasos muy pesados en la carretera: ¡Puf! ¡Puf!… que se acercaban hacia nosotros muy rápido. »

¿Qué será eso?, nos preguntamos, sorprendidos. No son los pasos de un hombre, ni de un caballo… ¿Qué puede ser?

Seguimos caminando, no muy tranquilos, y, cuando llegamos al riachuelo de Goaz-an-Flour, nos encontramos con un perro enorme, con una cola muy larga… ¡Tan larga!, ¡Tan larga!… Ningún animal tiene una cola así de larga. El perro se paró delante de nosotros, mirándonos con sus ojos rojos como ascuas. En ese preciso instante, el miedo nos paralizó y nos hubiera gustado estar muy lejos. Afortunadamente siguió su camino sin hacernos daño y lo oímos subir la cuesta de Goascadou, ¡Puf!, ¡Puf!, ¡Puf!… y la tierra temblaba y su cola continuaba creciendo hasta llegar al cielo.

– « ¡Que bestia extraordinaria! », dije a mi compañero cuando pude hablar.

– « Sí », contestó, « nunca he visto nada similar, ¡tengo el pelo de punta y casi se me cae el sombrero »

Nos dimos prisa para llegar a nuestros hogares y, desde entonces, muchas veces hemos pensado en ese perro sin entender nada.

– « Yo también he visto a ese perro », dijo Pipi Garandel, que había escuchado en silencio el relato de Juan Le Quéré.

– « Cuéntanos Pipi », dijeron los asistentes.

En aquel entonces yo era jornalero en Pont-Blanc, cerca del centro de Plouaret, como todos sabéis. Una noche de noviembre, volvía para dormir en casa sobre las nueve o diez y, después de salir de la « avenida », oí resonar pasos pesados en el camino de Keraudy: ¡Puf!, ¡Puf!… No se parecían a pasos de hombre, ni de ningún animal por mí conocido.

– « ¿Qué será? », me decía.

Seguí mi camino sin miedo. Había pasado el riachuelo de Pont-Blanc y había entrado en el camino de Lanvellec cuando oí el mismo ruido allí también: ¡Puf!, ¡Puf!, ¡Puf!

– « Eso es », pensé, « ¡Un caballo con los pies bien pesados! »

El ruido se acercaba. No tenía miedo. De repente me encontré con un gran perro moteado que me miraba con ojos de fuego. Me paré, inmóvil, como petrificado; no podía ni avanzar ni ir para atrás. Lo que más me sorprendía de ese animal no era su tamaño, sino su cola. ¡Qué cola amigos! Nunca veréis una parecida. Se levantaba en el aire tan, tan alto que creo que tocaba las estrellas. Después de que el animal me observara un poco, siguió su camino hacía Lanvellec dejando audible el sonido de sus pasos a lo lejos: ¡Puf!, ¡Puf!, ¡Puf!… Mi camino para volver a casa era seguir a ese perro, o diablo, pero por miedo a encontrármelo de nuevo, preferí dar una vuelta más larga y pasar por Porz-an-Bruno. Me han asegurado que a ese perro se lo encuentran también con bastante frecuencia en los alrededores de Ploumilliau.

Pedro Ar Floc’h, el lunes por la mañana, estaba trabajando en el campo como los demás naturales de Keranborn. Estaba triste y soñador y no decía nada.

– « ¿Qué te pasa, Pedro? », preguntaron sus camaradas. « ¿No dices ni una palabra? ¿Has perdido el uso de la lengua? »

– « No », contestó. « Estoy pensando en lo que me pasó anoche ».

– « ¿Qué ha sido? »

– « ¡Algo extraordinario! »

– « Cuéntanos, a ver… »

Volvía de Vieux-Marché anoche entre las nueve y las diez y al llegar a Pen-an-Pave de repente vi aparecer un enorme perro negro. No lo había ni oído ni visto llegar, aunque no estaba muy oscuro. No conocía a ese perro y me sorprendió su aparición repentina. Seguí mi camino sin prestarle atención. Me seguía pisando los talones pero no me atrevía a intentar echarlo porque su tamaño y sus ojos rojos como ascuas me empezaban a dar miedo.

– « ¿Qué será esa bestia? », pensé, « ¿Qué querrá de mí?

Aceleré el paso pero el perro me seguía pisando los talones. ¡Ya está!, tenía miedo.

Cuando pasé por Croaz-ar-Benniou me santigüé y desapareció del mismo modo en el que había aparecido: « ¿No sé cómo? »

– « Así aprenderás, Pedro, a volver pronto a casa el domingo por la noche. Ese perro seguramente era Mathurin, o sea el Diablo. »

– « Sí », respondió Pedro, « debía de ser Mathurin. »