11. Epitafio de la tumba Francisco María Luzel9. Quién ha oído alguna vez al gritador de noche

10. La lavandera de noche en lavandero de Lost Louarn

10. La lavandera de noche en lavandero de Lost Louarn

Tres jóvenes volvían juntos a casa después de haber pasado la mayor parte de la noche jugando a las cartas en una granja de la parroquia de Plougonven. Eran las dos o las tres de la madrugada.

Era diciembre, hacía frío, la luna brillaba y ellos charlaban sobre las diversas posibilidades del juego, mientras fumaban en pipa. Cuando llegaron a un riachuelo que se cruzaba por una pasarela de madera, uno de ellos, Iannic Meudec, dijo:

– « Se dice que allí se ve una Lavandera de noche. Si la vemos después, la tiraremos de cabeza al estanque ».

El estanque se encontraba en una pradera que lindaba con la carretera, separada de esta solo por un talud. Iannic se subió al talud y dijo a sus dos camaradas, Ervoan Madec y Pipi Al Laouenan:

– « ¡Allí está la Lavandera de noche! ¡Subiros y la veréis! »

Se subieron al talud y con asombro vieron a una mujer a la que no conocían, que mojaba la ropa en el agua del Douet. La sacaba, la frotaba y la batía con un ancho bastón que generaba un ruido que resonaba en todo el valle.

Al principio se quedaron mirándola, silenciosos y asombrados. Pero, como habían tomado un poco de orujo y se enorgullecían de no ser miedosos, uno de ellos, Pipi Al Laouenan, gritó:

– « Lavandera, ¿quiere usted que le ayudemos a escurrir su ropa? »

La Lavandera no contestó, dejó su bastón en una piedra del « Douet », se levantó y miró hacia el lugar del que procedía la voz

Enseguida los tres camaradas, aterrorizados por el pánico, saltaron del talud y se echaron a correr como si les persiguiera el Diablo. En plena huida Iannic Meudec se cayó y se arañó la nariz y la frente, se levantó al instante para proseguir su carrera, abandonando sus zuecos y su sombrero, al tiempo que los otros dos tiraban también sus zuecos en la carretera. Cuando llegaron a la casita de paja de Ervoan Madec, que se encontraba al lado del camino, rieron felices pensándose salvados. La Lavandera les pisaba los talones, con el bastón levantado y, de haberles alcanzado, les habría derrumbado. Al llegar y ver que no podía entrar en la casa, tiró su bastón contra la puerta con tanta fuerza que esta se rompió, y antes de irse les gritó:

– « Pueden darse por contentos porque, si los hubiera atrapado, les habría enseñado qué es pasar la noche jugando a las cartas y andando tan tarde por los caminos, ¡sin necesidad! »

Los tres camaradas no dijeron ni una palabra, muriéndose de miedo, y no se atrevieron a salir hasta que se hizo de día. Fueron a buscar sus zuecos y sus sombreros al lugar en el que los habían abandonado, pero los encontraron rotos y desgarrados en mil pedazos en la piedra del estanque en donde la Lavandera de noche lavaba su ropa bajo el claro de la luna.