8. Adivinanza en el lavadero de Melchoneg6. Adivinanza en la fuente de Maudez

7. El bonito caballo del camino hueco de Melchoneg

7. El bonito caballo del camino hueco de Melchoneg

Jeannette Ar Beuz se había quedado viuda con tres hijos. El mayor se llamaba Ervoan, el segundo Alain y el menor Fañch. Eran guapetones, con buena planta y además no se habían quedado escasos en el reparto de inteligencia. Los otros jóvenes de la comarca, que estaban un poco celosos porque en las fiestas y en las ferias podían elegir entre las mujeres más guapas, les llamaban « pabored », presumidos y consentidos. Los mayores les llamaban vividores y las madres embaucadores. En verano se dejaban ver en todas las ferias y fiestas. En invierno, frecuentaban las casas en las que se jugaba a las cartas y donde había entretenimiento por la noche, y no volvían jamás a casa antes de las dos o las tres de la madrugada. Salían juntos de su casa justo después de cenar, pero pocas veces volvían juntos porque cada uno iba a donde le llamara su placer o su pasión. Más de una vez su madre había recibido quejas sobre mozuelas engañadas, y ella sólo respondía:

– « ¿Qué puedo hacer yo? Sólo os puedo dar un consejo: ¡Guardad vuestras gallinicas cuando mis gallos están fuera! »

Una noche de enero, los tres hermanos se fueron juntos a Kerminihi, donde había un festín de morcilla. Después de la cena había baile y juegos de cartas. Ervoan y Alain tenían allí a sus pretendientas, sus dulces niñas, y les acompañaron a casa entre las diez y las once. Fañch se quedó jugando a las cartas. Una disputa empezó debido a una mano dudosa y, con las cabezas ya calientes, gritaron, juraron, blasfemaron y hasta hubo golpes. Fañch era uno de los que más ruido hacía. La partida acabó ahí, sobre la una de la mañana cada uno volvió a su casa, tomando direcciones distintas.

Fañch estaba sólo y de mal humor porque había perdido el juego. Debía pasar por el camino hueco de Melchonnec, que tenía la fama de estar encantado por duendes maléficos y también por el Diablo, y normalmente se evitaba de noche. Entró con resolución. Este camino está encajonado en los lados por altos taludes que lo dominan como paredes abruptas ; las ramas de los árboles se cruzan y entrelazan formado una densa bóveda que los rayos no pueden penetrar ni siquiera los días más soleados de verano. Además es tan estrecho que apenas pueden pasar dos hombres de frente.

Hacia la mitad del camino, en el punto más estrecho, Fañch notó algo negro que le cortaba el paso.

– « ¿Qué diablos será eso? », se preguntó.

No era miedoso, sobre todo cuando había tomado un trago de más. Avanzó y pronto descubrió que era un caballo, un bonito caballo negro. Se paró un momento para considerarlo y no pudo evitar clamar:

– « ¡Qué bonito caballo! ¡Nunca he visto uno igual ¿Pero a quién pertenecerá y por qué se encontrará así de sólo en este camino? Seguramente no es de la parroquia y debe pertenecer a algún foráneo al que le habrá ocurrido algún accidente. Tiene bridas y sillín. »

Fañch quiso pasar pero el caballo seguía cortándole el paso y se negaba a dejarlo libre. Fañch, el intrépido, sintió un escalofrío de miedo en su espalda y juzgó prudente volver atrás sobre sus pasos sin intentar forzar el paso. Llegado a un punto en donde el talud era menos alto, se subió encima y caminó paralelamente al camino. Pero pronto tuvo que bajar de nuevo al camino y el caballo se encontraba otra vez delante de él, con el estribo a la altura de sus pies como para invitarle a subirse encima de él. Fañch se subió al talud de nuevo e intentó bajar en otro lugar. ¡El caballo seguía allí! Se subió otra vez al talud para alejarse más. Lo intentó más de diez veces y en todas las ocasiones el caballo se situaba delante de él y le cortaba el paso. Al final, cuando se oyó dar las tres de la mañana en el campanario de Plouaret, se santiguó y el caballo despareció al galope, echando fuego por los cuatro cascos y las fosas nasales.

Fañch pudo entonces volver a casa, a donde llegó conmocionado y temblando por la fiebre, de modo que tuvo que quedarse en la cama todo el día siguiente.

A partir de ese día, cambió de conducta, sentó la cabeza y dejó de salir por la noche. Yo mismo lo he escuchado contar que pensaba que era el caballo del Diablo.

– « Seguro que era el caballo del Diablo », dijo la vieja Güyona, « y si se hubiera subido encima, ¡lo hubiera tirado en cualquier precipicio o se lo hubiera llevado vivo en infierno! »